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Las aceras comen espaldas

Estaba segura. Nada me haría jamás sentir igual.

Fue la visión premonitoria de las ruedas dentadas que atropellarían mi pasos. En brazos de una fiebre que me atacó al cerebro, estaba ya marcada la vida en cada calle.

Nunca supe nada de permanecer, me saltaba las lecciones como quien juega con granadas, tira de la anilla y se olvida de que explotan.

Me gustaba correr, abarcar las cosas a montones… leerlo todo, saberlo todo. Una curiosidad que me me sigue acompañando, una prisa que desata los nudos de la paciencia. Sabía que aquella seguridad se me iba a terminar muy pronto, por eso  dejaba la mirada clavada, por eso las lagrimas. La inocencia que se vio desnuda y se gustó tanto que no tuvo más remedio que que quedarse dentro del espejo.

Y todo se hizo caos.

Fue la noche y las bombillas estallaron. El pecho roto y las enseñanzas del dolor, como erosión continua. Los sentimientos puros en vasos con mucho hielo y la verdad en una esquina vendiéndole sexo a la mentira.

Los lugares cuadriplicaron su intensidad y su importancia. Mirar atrás y suplicar al tiempo que parase, que aún no querías irte. Crecer y lamentar. Hacemos mitos del pasado, referencia y fraude.

Porque la memoria no fotocopia, sólo rescata a medias y dulcifica.

Abandonar ciertas personas, o que cambien y te abandonen a ti. ¡Cuántas calles más se perdieron!

La vida se hizo espesa, tal vez corta o el esperpento de una clase de aprender a ostias. Puede que esto no esté tan mal al fin y al cabo, pero me acuso de pasado y me niego de futuro. Le hablo al viento y quiero ser un lobo.

Y que los brazos que te sujetaban se hacen viejos y nos da miedo, que la muerte se hizo fuerte y siempre esta en modo de espera. Vivo al día porque no llega la cuerda para más y sonrío con mucha fuerza porque lo que tuve es mío y lo tengo prisionero con mi corazón y cuatro trapos.

La realidad ejerce de celda, pero yo le quite la llave.

Sigue a Sara Lee en Twitter: @DarkVelvet1