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Domingo

Abro los ojos. La persiana está cerrada. Pero no del todo. Por una de sus rajitas entra un rayo de sol. Su luz es especial. Mágica. No es la de todos los días. Llamo a mami. Un estallido de besos viene acompañando a mi bibi templadito. Suenan unas llaves tras la puerta. Papá trae una bolsa de churros. Me gustan los churros. “Los yayos vienen de camino. Buenos días, campeón”. Apuran su desayuno. Se miran. Sonríen sin hablar. El cuarto de la plancha echa humo. Ropajes extraños cuelgan de los tiradores del armario. Una tijera muerde las etiquetas de una ropa más “normal”. Ráfaga de besos de abuela. El abuelo viene muy elegante. Encima del corazón brilla el oro. Me miro las manitas. Aún las tengo. Llevo días escuchando que se me iban a caer. Cuántas tonterías pueden decir los mayores. “¡Vámonos!”. Me dan un palo de pinchito con una bola de papel de los bocadillos. “Pídela con un por favor y una sonrisa”. La del primo Nacho es enorme. Como una pelota de tenis. Lleva muchos años haciéndola. O eso dice. Gente. Mucha gente. Pero sobre todo, niños. Muchos niños. Saludos. Abrazos. Me aburro. “En la curva de la Alameda nos vemos”. Tambores y trompetas. “¡Ya vienen Los Gallinitas! ”. Me dice el yayo que es por su casco de plumas blancas y que son los bomberos. “Pues vienen sin camión ni mangueras”. Carcajadas que se ríen de mí. Pues ahora me enfado y no respiro. Niños otra vez. Nazarenos a cara descubierta. Palmas amarillas. De repente, llega Él. Me ha mirado a los ojos. Sonriendo, ha dicho mi nombre. Su mamá viene detrás. Y también me sonríe. Los rayos de sol especial traspasan el techo que la cubre. “Venga, que tenemos reserva y hay que aligerar”. El kétchup mosquea a mamá. Mucho. “Menos mal que con la túnica no se te va a ver”. Se levantan y nos vamos. “He aparcado cerca del Ibis”. Gente. Mucha gente. Ahora veo a menos niños. Bandera blanca y amarilla. Las palmas ahora son olivo. “¡A la guardería!”. ¡Pero si me dijeron que hoy no había!. Ahora me enfado y no respiro. Fotos. Con papá. Con mamá. Con los dos. Con la yeya. Con el yayo. Con los dos. Ahora todos juntos. Afúuuuuuu. Se abre la puerta grande. Otra vez Él. Ahora no sonríe. De hecho, ni me mira. Está de rodillas junto a un hombre con alas. Su mamá también está. Pero tampoco sonríe. Llora. Concha la llaman siendo María. Un guante blanco me coge de la manita, que aún conservo. Tambores y trompetas. Echamos a andar. Nubes de humo tapan al sol especial. Huele raro. Pero huele bien. La yeya llora. No sé qué le pasa. El yayo le da su pañuelo. Gente. Mucha gente. Miro atrás. Sigue arrodillado. Empiezan a dolerme los zapatos. El guante blanco me acerca a un capirote. Son los ojos de papá. El aroma me hipnotiza. Me pesan los ojitos. Me duermo. Lo miro. Me mira. Sonriendo ha dicho mi nombre. Me duerm…

José Andrés García Verá es maestro. Síguelo en Twitter @joseandre_73